Miedo a las vacunas

Partes del presente informe han sido publicados en medios como Infosalus, Rac1, Psiquiatria.com, RedacciónMédica.com, Coronavirusnoticias.net, Prensa Latina, ABC, Expansión, LanzaDigital, Navarra.com, El Correo de Andalucía o La Opinión (de Colombia) entre muchos otros. Gracias a todos, por el reconocimiento.

Aportaciones desde la Psicología para comprender el miedo y el rechazo a las vacunas
Por Pablo Palmero, psicólogo

Estamos entrando en una nueva fase de la pandemia, quizás, con suerte, la última. Llega el momento de vacunarnos y zanjar de una vez por todas este infortunio después de tantas muertes, restricciones y penuria. La posibilidad de que se abra un nuevo horizonte está cada vez más cerca, pero por paradójico que pueda parecer, los obstáculos de esta fase no vienen desde fuera. Según el barómetro del CIS de enero de 2021, cerca de un 20% de la población aún se niega o se muestra reticente a vacunarse. Estos porcentajes son similares en muchos otros países, lo cual indica que estamos frente a una cuestión de primera importancia que necesita ser investigada y abordada de manera pluridisciplinar. Nos conviene invertir tiempo y los recursos necesarios para afrontar este nuevo reto, porque de nada sirve tener el remedio si no va a ser empleado, o si va a ser origen de confrontaciones sociales.

Médicos, científicos y políticos deben explicar e informar de forma clara y entendible sobre las vacunas, pero no podemos perder de vista, que parte de los miedos a éstas tienen un componente más reactivo y emocional que racional, y en este sentido, los profesionales de la Psicología tenemos ayuda que aportar.

Veremos a continuación diversos factores psicológicos con una influencia directa sobre las reticencias a las vacunas; unas atienden a patologías concretas tipificadas, y otras a factores psicosociológicos compartidos.


TRIPANOFOBIA, HIPOCONDRÍA Y PARANOIA: TRES PATOLOGÍAS ASOCIADAS AL MIEDO A LA VACUNACIÓN


Tripanofobia

¿A quién le deja impasible que le claven una aguja en el cuerpo? El miedo ante los objetos punzantes y peligrosos es universal. Para dejarse herir por otra persona hay que sobreponerse a una vigorosa reacción instintiva. Al igual que sucede ante determinados animales potencialmente peligrosos como las arañas o las serpientes, hay personas que no logran superar el patrón instintivo de autodefensa y se quedan fijados en sobrerreacciones de evitación y huida.

El pánico a las agujas es conocido técnicamente como tripanofobia (del griego trypanon, taladro, y phobos, miedo). Es una de las fobias más extendidas, se estima que la padecen en mayor o menor medida, un 10% de la población, y es algo con lo que debemos contar en la presente campaña de vacunación mundial. Algunos de sus síntomas son, agitación mental y corporal, ansiedad anticipatoria, tensión muscular, mareos, y en ciertos casos, ataques de pánico y desmayos. La tripanofobia acostumbra a ir de la mano de la hemofobia, el miedo a la sangre.

Este tipo de fobia suelen tener unas bases psicológicas y emocionales arraigadas en la infancia, en ocasiones implantadas a través del llamado condicionamiento vicario, según describió el psicólogo Albert Bandura en su Teoría del Aprendizaje Social; se trata del aprendizaje basado en la observación de las reacciones de las personas de referencia, frente a un estímulo o situación nueva. Si un niño por ejemplo, percibe que sus padres tienen un comportamiento alterado frente a la vacunación, pueden asumir que se trata de una situación peligrosa, y acabar actuando y angustiándose de manera similar.

Por otra parte, la punción corporal, por sus implícitas connotaciones, puede despertar reacciones asociadas a agresiones previas, como forzamientos y agresiones de diversa índole. Tener que confiar y ponerse en manos de otra persona que va a infligirnos una herida, aunque esta sea “por nuestro bien”, puede actuar como disparador de daños y emociones largamente reprimidas.

Tanto si el pánico atiende un origen instintivo, de aprendizaje o traumático, tras este tipo de reacciones, siempre subyacen sentimientos de soledad y desesperación que necesitan ser acompañados de una manera empática y respetuosa.

Más allá de la atención de cada caso en particular, existen algunas pautas básicas que ayudan a sobrellevar y prevenir el pánico a las agujas. Medidas que deberían ser de prescripción para acompañamiento de los niños, y muchas de las cuales convendría emplear, de igual modo, para los adultos.

Dar ejemplo: Si existe la posibilidad, permitir que vean antes como nos la ponen a nosotros, para que comprueben que no hay nada que temer.

Ser claros: No menospreciar su capacidad para sostener la experiencia, en especial en el caso de los niños, a quienes tendemos a incapacitar y proyectar nuestros miedos e inseguridades. Informarles de su visita al médico cuando se acerque el momento, de preferencia el mismo día, para evitarles una ansiedad innecesaria. Explicar de manera sencilla para qué se ponen las vacunas y cómo nos protegen de las enfermedades; facilitar el resto de información sólo a medida que ellos la pidan. Ser veraces, les permitirá confiar en nosotros, y la confianza les dará seguridad. Si lo preguntan, no decirle que el pinchazo no duele, sino que molesta por un muy breve momento y que después se pasa.

Acompañar empáticamente en el miedo y el dolor: Ayudarles a entender que el miedo y el dolor son una parte más de la vida. No censurar sus expresiones de malestar. Mantenerse tranquilos y suavizar la agitación mental ofreciendo un contacto corporal que les invite, a su vez, a escuchar su propio cuerpo: respiraciones profundas, contacto firme y cariñoso, caricias, buscar su mirada, hacerle llegar nuestra presencia con el tono de la voz… Una vez vacunado, mantener la serenidad y darle tiempo para que baje la tensión propia del miedo vivido y para que pueda expresar como se ha sentido.

Por otra parte, y para el deleite de los tripanofóbicos (y también para el resto), no estaría de más por parte de las autoridades pertinentes, acelerar el desarrollo de sistemas alternativos al de la inyección convencional mediante agujas, como el sistema Mucojet y su empleo de una corriente presurizada de moléculas líquidas, desarrollado por la Universidad de Berkeley, o el Nanopatch, basado en una tecnología de nanopuntas desarrollada en la universidad australiana de Queensland. Alternativas a los que muchos se acogerían sin dudarlo, si Sanidad ofreciera la posibilidad.


Hipocondría

La hipocondría es otro desorden a considerar. Quienes lo tienen, sufren un estado de constante preocupación por su salud; por su enorme variabilidad sintomática y por tal de desestigmatizarlo, hay profesionales prefiere denominar a este cuadro, “ansiedad por la salud”. Su prevalencia difiere según las fuentes; según los casos detectados en las consultas españolas de los médicos de familia, lo padece, en su espectro más amplio, entre el 15 y el 20% de la población.
Para los hiponcondríacos cualquier manifestación física fuera de común puede ser tomada como indicio de una enfermedad grave o de fatal desenlace, que los lleve en último término, a la muerte. En el caso que nos ocupa, desde esta constante ansiedad por la salud, a muchos les pesa tanto el miedo a infectarse de coronavirus, como el temor a que la vacuna pueda tener efectos adversos irreversibles.

Es fácil hacer chiste de la hipocondría porque desde fuera, la exageración y el absurdo resultan evidentes, pero cuando se está viviendo es una tortura. La aparente ausencia de medida y sentido común hace que a veces, el trato hacia los afectados sea condescendiente y peyorativo, también incluso, en el contexto médico; a menudo son tratados como si sus comportamientos fueran fruto de un tipo de puñeta que la persona tiene que resolver por sí sola. Pero una cosa es que no le demos credibilidad a lo que explican, y otra que no nos los tomemos seriamente.

Muchos de los que padecen ansiedad por la salud ya están dando muestra de los primeros síntomas ante la incertidumbre de los posibles efectos adversos de las vacunas. Intentar convencerlos de que lo que piensan es falso, aportándoles sólo información, puede hacernos perder de vista su incuestionable realidad emocional. Quién está en una fase hipocondríaca vive emociones de inseguridad, soledad y desconfianza, y no es forzosamente el pensamiento catastrófico quién las alimenta, sino que a veces es justamente lo contrario. Son estas emociones, propias de una vida personal y relacional afectada, las que encuentran una justificación a través de las fatalistas interpretaciones sobre su salud. No se trata por lo tanto, de luchar en contra de sus creencias atiborrándolos con datos e informaciones, sino de escucharlos y ayudarlos a conocer y atender sus males reales. En la actual campaña de vacunación debería existir un servicio de atención psicológico específico y bien formado para acompañar estos muchos seguros casos.


Paranoia

La paranoia es una psicopatología muy extendida, que será especialmente complicada de atender en el proceso de vacunación si no es debidamente comprendida.

La paranoia (según la definición clásica de Emil Kraepelin) o trastorno delirante (según el DSM-5), de tipo persecutorio o conspirativo, es un síndrome donde inventamos una realidad partiendo de la certeza de que alguna persona, colectivo o fuerza mayor confabula en contra nuestro, para dominarnos, o acabar en último término, con nuestra vida. Es un recurso de gestión del terror mediante una desconfianza extrema.

El estilo paranoide, a diferencia de lo que sucede en la tripanofobia o la hipocondría, suele ser aguerrido, con una dialéctica agresiva, autoafirmativa y proselitista. Se sitúa en una zona de poder, en una oposición frontal y defensiva, y difícilmente asume su problemática. La paranoia puede pasar de ser una simple tendencia, a un cuadro patológico grave e impeditivo.

Durante la pandemia hemos podido comprobar como no son pocas las personas con dicha propensión, muchas de ella de hecho, se han organizado como colectivos sociales activos y reaccionarios. Su magnitud y ruido nos da medida de la importancia de entender y atender dicha cuestión. Estos son algunos ejemplos de sus ideas: El coronavirus es un organismo creado en el laboratorio por ciertas élites para dominarnos. Los políticos y poderosos están diseñando vacunas con nanotecnología para tenernos más controlados. El Gobierno Chino lo ha creado para desestabilizarnos. Bill Gates tiene un proyecto eugenésico y ha financiado su creación. Todo es fruto de la tecnología 5G y dicha información se están intentando ocultar.

El negacionismo, la afirmación de plano, de la inexistencia del virus, suele ir de la mano de la paranoia, porque… si el virus no existe, huelga el recelo sobre quién y para qué están haciéndonos creer su existencia. Habría que ver, eso sí, como se articula y justifica en cada persona en particular dicha negación para saber si ésta encaja o no, dentro de una tendencia paranoide.

El hecho de que sean tan vehementes en su oposición puede resultarnos ofensivo y despertar antipatías y animadversiones, pero haremos bien de mostrar un mayor grado de respeto y humanidad hacía ellos, entendiendo que su renuencia no es fruto de una falta de sentido común, sino que surge del hecho de que profunda e inconscientemente están atemorizados y llevan su desconfianza al límite. Desde este estado la percepción y las capacidades mentales se destinan a confirmar las sospechas, a buscar razones que corroboren que los demás no son de fiar.

La paranoia se articula mediante uno de los principales mecanismos de defensa, el que desde la Psicología Psicodinámica es conocido como “proyección”. Cuando proyectamos, desplazamos fuera aquello que no queremos reconocer en nosotros (actitudes, intenciones, emociones, responsabilidades…). Los mecanismos de proyección a su vez, necesitan una narrativa y ésta suele elegirse en función de cada historia personal, y el tipo de agresiones o abusos sufridos durante la infancia, que es donde se establece, en origen, este tipo de tendencia caracterial. Las narrativas paranoides suelen estar tejidas durante largos años, lo cual hace que puedan llegar a ser muy sólidas e imbricadas. Éstas siempre contienen además, un refuerzo narcisista de sellado del tipo: “Yo no me dejo manipular como vosotros”, “yo sé más que el resto y más que los especialistas”. El lenguaje empleado suele ser beligerante, y la receptividad escasa o nula.

Las ideaciones paranoicas conspirativas suelen ir acompañadas por otra vertiente menos conocida, la pronoia (término acuñado por el psicólogo Fred H. Goldner); la creencia, convertida en certeza, que uno está dotado de una protección especial debido a determinadas fuerzas naturales o sobrenaturales, y las fantasías recurrentes de salvación o grandes cambios transformadores. La confabulación es, en este caso, para ayudarnos o favorecernos. Su benevolente y deseable narrativa, y determinadas creencias socioculturales y religiosas, la hacen pasar más desapercibida, y conduce, igualmente, a comportamientos de desprotección y descuido de las medidas de prevención básicas: “yo no enfermaré porque estoy protegido por mi ángel de la guarda / antepasados / maestros ascendidos…”, “se están gestando cambios; dentro de poco la luz vencerá sobre la oscuridad y todo cambiará”. Paranoia y pronoia conforman un tándem inseparable; en ambos casos, el origen del bienestar y del malestar es depositado en voluntades ajenas.

La gestión de la campaña de vacunación con las personas que sufren este tipo de tendencias reviste muchas complicaciones dentro y fuera del entorno sanitario. Es importante tener claro que la patología paranoide atiende a una necesidad de mantener un equilibrio interno psíquico y emocional, y que si no es debidamente acompañado puede conducir a brotes psicóticos o comportamientos violentos. Tratarlos de manera despectiva o menospreciando su forma de pensar, es lo peor que podemos hacer. La paranoia es una ventana deja entrever miedos y heridas, y en estos casos, desde luego, no será suficiente, sólo, con arengas informativas. Si realmente queremos ayudar a esas personas, hemos de escucharlas con esta perspectiva humana y comprensiva. Volver a menospreciarlos es remachar una vez más su idea que la vida es un lugar hostil y que no pueden fiarse de nadie.

La Folie a Deux, o locura compartida, es otra deriva psicopatológica que debería ser considerada, para entender el porqué de determinadas transmisiones e implantaciones psíquicas entre familiares y personas cercanas. Por la compleja naturaleza de este trastorno, con un pie dentro de la dependencia relacional y afectiva, he preferido, sin embargo, no desarrollarla en el presente documento.

Tanto en los casos de tripanofobia, hipocondría, como de paranoia, muchas personas pueden acabar optando por evitar la vacunación y los controles médicos, poniendo en riesgo su salud y la de su gente allegada. Dada la enorme relevancia de estas tendencias y patologías, valdrá la pena, y mucho, tener cuenta la comprensión y recursos que podemos aportar desde la Psicología, en el diseño y la gestión de la presente campaña de vacunación mundial. Si las autoridades empiezan desde ya, a prever e invertir en estas cuestiones, podremos tratar con más humanidad a los afectados y minimizar la influencia de todos estos factores para el conjunto de la población.

Más allá de la identificación y atención de estas psicopatologías, existen dinámicas psicosociales que afectan a la aplicación del plan de inmunización, sobre las que la Psicología también tiene comprensiones y recomendaciones que aportar. Son las que siguen.


FACTORES PSICOSOCIALES RELACIONADOS CON EL MIEDO A LAS VACUNAS

Tal como indican las encuestas, el porcentaje de reticentes a ponerse las vacunas en las primeras fases y lo que se niegan a ponérsela, son significativamente altos. Habrá que ver como evoluciona la consideración hacia la vacunación una vez iniciado el proceso, pero en cualquier caso, la relevancia de los datos nos indica que no se trata de un hecho marginal, y que hay cuestiones que deben ser debidamente analizadas. Tildar a esta parte de la población como radicales o enajenados es la opción más fácil, pero dada la dimensión del problema, convendremos que nos urge una compresión más elaborada y comprehensiva.


Incertidumbre y necesidad de control

El recelo ante las vacunas tiene sus razones. Sólo llevamos un año estudiando y conociendo el Covid-19, hay muchas cosas que aún desconocemos de él. El desarrollo de la vacuna se ha realizado con una inusitada celeridad, consiguiéndose en menos de un año algo para lo que normalmente se tardan entre cinco y diez; tampoco disponemos aún de datos masivos para dimensionar sus efectos primarios y secundarios. A eso hay que sumarle el baile de informaciones y directrices que hemos estado sufriendo durante todo este año, la vergonzosa politización que de ciertas cuestiones se ha realizado, la falta de imparcialidad de muchos medios, y el hecho palmario de que, gracias a esta coyuntura, determinadas empresas y grandes farmacéuticas, se están viendo muy beneficiadas. ¿Quién puede considerarse totalmente confiado en las autoridades ante tal panorama? ¿Quién puede asegurar con total certeza que las vacunas serán cien por cien eficaces e inocuas?

El problema real con el que nos encontramos no tiene que ver con estas dudas, sino con la radicalización en los posicionamientos. Con la búsqueda de la seguridad y el control de la situación a través de la afirmación de conjeturas u opiniones subjetivas de difícil o imposible demostración. El historiador Yubal Noah Harari, expone, en este sentido, que las extendidas teorías de la conspiración basadas en lo que él denomina “Las teorías de la Camarilla Mundialse alimentan de esta necesidad de control y son una manera primaria de gestionar la incertidumbre. Estas teorías se basan en la idea que muchos de los sucesos que sufrimos son obra de la maquinación de un único grupo de seres que intentan controlarnos desde la sombra. Según sus propias palabras, en un reciente artículo del The New York Times, las teorías de la Camarilla Mundial son capaces de atraer a grandes grupos de seguidores en parte porque ofrecen una sola explicación sin rodeos para una infinidad de procesos complicados. Las guerras, las revoluciones, las crisis y las pandemias todo el tiempo sacuden nuestras vidas. No obstante, si creo en algún tipo de teoría de la Camarilla Mundial, disfruto la tranquilidad de sentir que entiendo todo. (…) La llave maestra de la teoría de la Camarilla Mundial abre todos los misterios del mundo y me ofrece una entrada a un círculo exclusivo: el grupo de personas que entienden. Nos hace más inteligentes y sabios que la persona promedio e incluso nos eleva por encima de la élite intelectual y la clase gobernante: los profesores, los periodistas, los políticos. Veo lo que ellos omiten… o lo que intentan ocultar.

El pensamiento dicotómico y reduccionista del tipo blanco o negro, buenos o malos, nos aliena de la complejidad del mundo. Cuando nos instalamos en ideologías que no pueden ser contrastadas, perdemos la posibilidad de dialogar, de aprender y evolucionar. Abonamos la pérdida del principio de realidad, malogrando nuestra capacidad de adaptación y comunicación, poniendo en peligro la convivencia y en último término, nuestra vida y las de los demás.

Las autoridades harán bien de tener en cuenta, por tanto, que estos simplismos atienden a una extendida sensación de inseguridad y necesidad de control, sin obviar que en el caso de las vacunas, como en tantos otros, la seguridad absoluta no existe. No se pueden transmitir certezas al respecto porque no se tienen; lo que apremia es fomentar un ambiente de honestidad colectivo que acoja y absorba nuestra inseguridad y actual ignorancia sobre el tema, apelando a nuestra fuerza y cobijo de grupo.


Falta de información y necesidad de saber

En el 2010, a raíz de las dificultades encontradas en la erradicación de ciertas enfermedades graves, como la de la poliomielitis en Nigeria, se fundó el Vaccine Confidence Project, Proyecto de Confianza en las Vacunas. Durante la última década se han dedicado a estudiar el porqué de las oposiciones populares respecto al uso de las vacunas, y han comprobado un alto grado de escepticismo en la franja de los 18 a los 35 años, en especial, en todos aquellos que, independientemente de su nivel socioeconómico, tienen un mayor nivel de confianza en sus conocimientos. Estos datos demuestran que se tiende a dudar más cuanto mayores son las más ganas de saber. Convendremos que una actitud así es deseable, puesto que cimienta una ciudadanía con espíritu crítico y criterio propio ¿Es un problema por consiguiente, dudar y querer saber más sobre las vacunas? Desde luego que no. El problema vuelve a ser la búsqueda de certezas mediante la radicalización ideológica y el fomento guerras de poder, oponiendo unas ideas a otras.

A la vista de estos hechos, vemos que el diseño de la presente campaña debería hacer primeramente, de unas encuestas apropiadas para saber la dudas y necesidades explicativas de la gente, y disponer después, de un “bufé informativo” fácilmente accesible, con diferentes niveles de profundidad y precisión explicativa sobre las vacunas, para todos los que quieran y necesiten ahondar.


E
nemigo común y necesidad de un sentimiento de grupo

Con estudios masivos en internet, desde el Vaccine Confidence Project, vieron también, que con sus argumentarios, los antivacunas tenían un 500% más de éxito a la hora de reclutar a los indecisos que los provacunas. Estos datos son muy relevantes, pues en ellos se constata que los antivacunas atienden de manera más rápida los miedos e inseguridades de las personas. Desde mi punto de vista, su propia necesidad de autoconvencimiento les lleva a ser más proselitistas, activos y vehementes. Sus argumentarios alimentan la desconfianza y el miedo latente en las personas indecisas, recogiendo quejas e injusticias sociales reales, y mezclándolos de manera indivisa en el mismo cóctel con datos de dudosa o nula legitimidad. Todo ello abreva la idea del adversario a combatir; y unirse frente a enemigo común ofrece, como es bien sabido, un cierto sentimiento de complicidad grupal. Ante el miedo y la inseguridad, las personas buscamos alianzas y grupos a los que asociarnos, y como vemos, los antivacunas lo hacen mejor en este sentido, ostentando rápidos y elevados niveles de adhesión.

Estos datos evidencian por tanto, que no sirve sólo con aportar información, y que resulta imprescindible considerar y atender también lo que sienten las personas, sus dudas, sus quejas, sus miedos…

Las personas que se comportan de un modo proselitista no tienen un verdadero interés por los demás. Su propósito es borrar sus propias dudas con-venciendo a cuantos más mejor. La calidad de la complicidad que éstos pueden generar es, por tanto, de dudosa solidez, humanamente hablando. El reto ante el que nos hallamos en este sentido es, por consiguiente: ¿Cómo ofrecer una escucha y una empatía reales? ¿Cómo atender las preocupaciones de las personas? ¿Cómo informar sin manipular? ¿Cómo favorecer un sentimiento de grupo realmente sólido?


Pérdida de confianza en el sistema y necesidad de reivindicar oposición

Para la directora el proyecto Vaccine Confidence Project, la antropóloga Heidi Larson, el principal motivo del escepticismo frente a las vacunas es la desconexión respecto a los gobiernos y las autoridades, a la pérdida de confianza en el sistema. Esto es algo que podemos contrastar con los datos recientes; en ellos vemos como en los países donde los ciudadanos muestran un mayor grado de confianza en sus líderes, el seguimiento de las directrices también ha sido mayor. En los que se ha gobernado de una más errática y donde la población está políticamente muy polarizada, el cumplimiento de las recomendaciones ha sido peor o incluso nefasto (véase el caso de Estados Unidos bajo el mandato de Donald Trump).

Si no se confía en las autoridades tampoco se confía en sus medidas. Una sensación expresada por muchos es la de sentir que no les importamos, y que somos como conejitos de indias a merced de sus propios intereses políticos o económicos. Negarse a recibir “sus” vacunas, es vivido en muchos casos, como un acto de dignidad y reivindicación desde el que expresar también, el descrédito y la indignación hacia ellos.

Estaremos de acuerdo que esta pérdida de confianza en el sistema es un mal con raíces profundas y de compleja solución. Sea como fuere, las autoridades harán bien de tener en cuenta esta falta de legitimación por parte de la población, y proponer interlocutores y representantes cualificados técnica y éticamente, que transmitan franqueza, credibilidad y humanidad. Una falta de transparencia y una politización de esta nueva fase de vacunación, no haría sino confirmar que los ciudadanos no importamos, y que sólo se importan a ellos mismos; dejaría el campo abonado una vez, más para falsedades, populismos, conspiranoias y confrontaciones sociales.


CONCLUSIONES Y RECOMENDACIONES

Los obstáculos de la presente campaña de vacunación no se solucionarán sólo mediante comunicados informativos. Las inseguridades y la falta de confianza en el sistema propician derivas emocionales, y piden por parte de los responsables, una cuidadosa atención de muchos otros factores. Las personas no colaborarán activa y voluntariamente si no se sienten debidamente legitimadas y tenidas en cuenta. Estas son, según hemos ido viendo en el presente documento, algunas cuestiones a tener en cuenta:

Servicio de atención psicológica y capacitación para profesionales

En relación a las psicopatologías asociadas al rechazo a las vacunas, se requiere un acompañamiento psicológico apropiado para quienes lo deseen. Convendría también, una formación de emergencia especializada para los profesionales de la salud que van a tener que encarar estas situaciones en primera línea, así como un asesoramiento para los que estén en posiciones de responsabilidad y toma de decisiones relevantes al respecto.

Acoger la inseguridad y la incertidumbre

Para acercarse al sentir de toda esa parte de la población que se siente insegura y desorientada, las autoridades políticas y sanitarias harán bien en reconocer honesta y abiertamente, que en este momento no se disponen de certezas absolutas con respecto a los efectos de las vacunas; que existe un cierto margen para la equivocación, y que la incertidumbre e inseguridad que gran parte de las personas sienten, es comprensible.

Interesarse por las dudas e inquietudes

No se trata sólo de informar sobre lo que las autoridades consideran importante, sino de responder a las dudas y las preguntas concretas que la gente se hace. Convendría destinar una partida presupuestaria para indagarlas mediante encuestas, y crear una plataforma de difusión interactiva con información rigurosa y contrastada; un canal donde encontrar diferentes niveles de profundidad explicativa, para poder atender las muy diversas necesidades de conocimiento sobre el tema.

Favorecer el sentimiento de grupo

Cuando la inseguridad aprieta, tendemos a buscar con quien asociarnos; y en este sentido, y por el momento, los movimientos antivacunas son mucho más efectivos creando complicidades. Para evitar la confrontación social y fomentar un clima de alianza social, hay que decidir que es lo que queremos que nos una como sociedad, si la coincidencia o el respeto mutuo. Favorecer espacios para un diálogo donde prime el respeto y el querer saber del otro, se hace imprescindible. Podemos opinar de muy diferentes maneras, pero no por ello dejamos de ser una comunidad.

Asumir la desconfianza y el descontento de la población

Existe una gran desconfianza y cabreo hacia el sistema. Si esta cuestión no es asumida por los dirigentes, se corre el riesgo que la gente grite cada vez con más fuerza para hacer sentir su voz, oponiéndose a las normas y recomendaciones como acto de reivindicación. Para no llegar a esta situación conviene evitar por todos los medios la politización de la gestión de la pandemia, ser transparentes, evitar la precipitación en la toma de decisiones, cuidar la manera de transmitir la información para que ésta sea sencilla y clara. Seleccionar a los interlocutores en función de su legitimidad técnica y humana. Elegir a personas honestas y cercanas, que puedan transmitir mensajes como “Sabemos que estáis cabreados y defraudados con nosotros, y a pesar de ello, os pedimos colaboración. No por nosotros, sino por el conjunto de la sociedad”.

Las personas valoramos cada vez más la libertad que la obediencia, y eso es algo que habla de nuestra evolución como sociedad, pero hay que tener en cuenta que el tema de las vacunas, no puede entenderse en su totalidad si sólo se hace desde la libertad individual y no desde el bien común. Vacunarse es algo también y sobre todo, por el bien de los eslabones más débiles de la población. Y tampoco es algo que se haga únicamente para este momento de la historia, sino también para mantener un estado de salud y seguridad a lo largo de los años. El sentimiento de libertad no es profundo si no va de la mano de la responsabilidad, y es en ello en lo que hay que incidir. Quien finalmente no quiera ponérsela, estará en su derecho, pero también debe asumir la responsabilidad de no poder hacer ciertas cosas que puedan poner en riesgo al resto. Y eso debería ser así, hasta que todos los que quieren protegerse mediante las vacunas, lo hayan hecho, o hasta que los especialistas determinen que ha sido lograda la inmunidad de grupo.

A pesar de la dificultad del reto, esta crisis sanitaria es una oportunidad para aumentar nuestro nivel de tolerancia, responsabilidad y respeto hacia la diferencia. En juego está nuestra salud y economía, y también, nuestro proceso evolutivo de humanización.

Pablo Palmero Salinas
Psicólogo colegiado 14546

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